domingo, 5 de mayo de 2013

El cuento de las cinco demandas

Este es un cuento de tradición andaluza, muy divertido, muy actual por los famosillos que no hacen sino demandar a todo el que se encuentran.Está narrado en lenguaje oral andaluz y pertenece a los Cuentos al amor de la lumbre de A.R. Almodóvar.

Era un pobre hombre que tenía muchos hijos, y todos se los había sacado de pila el mismo compadre, que era rico.
Un día el compadre pobre le dijo a su mujer:
-Mira, voy a ir a casa del compadre a pedirle un pedazo de terreno para sembrar una huerta, que luego poco a poco se lo iremos pagando; como tenemos tantos muchachos, es menester ocuparlos.
Llegó el compadre, y la que estaba en la casa era la comadre, y le dijo:
-Comadre, vengo a pedirle a usted un favor.
-Diga usted qué trae, compadre.
-Mire usted, los prados que tiene usted sin sembrar ni cosa ninguna...si me quisiera usted dar un poco de terreno para sembrar una huertecilla...que luego, según vayamos pudiendo, se lo iremos pagando poco a poco.
-Compadre, sin necesidad de que me pague usted nada, arraye usted lo que quiera para sí.
Los pobres, como eran muchos, trabajaron bastante y, como no les llevaban interés, arrayaron mucho terreno e hicieron una huerta hermosa. La huerta llegó a criar unas peras muy buenas, y dice la madre a los hijos:



-Vais a llevarle una cesta de peras a la madrina.
Le traen las peras y le dicen:
-Madrina,  para que pruebe usted las peras de la huerta.
Y dice la madrina:
-Hijos, ¡cría la huerta unas peras tan hermosas!
Y el muchacho dice:
-Pues deje usted que estén los albaricoques, ¡verá usted qué buenos son!
Cuando vino su marido, le dice:
-Mira qué peras tan hermosas me han traído de la huerta que es nuestra.
Y le dice el marido:
-No, mujer; la huerta es suya, pues tú les dijiste que arrayaran lo que quisieran.
La mujer dijo que ella no pasaba por eso, y que les iba a poner una demanda. La pudo el marido reducir por aquel entonces; pero, luego que llegaron los albérchigos, le dice a su marido:
-¡Por esa no paso! ¡Vete al juzgado a poner la demanda!
El hombre no tuvo más remedio que poner la demanda por complacer a su mujer.
La demanda tenían que hacerla en el pueblo inmediato que tenía juzgado. El compadre rico y el compadre pobre emprendieron el camino. El compadre rico iba montado en una caballería y el pobre con su costal de merienda al hombro.
El que iba montado se encontró a un hombre en el camino, que se le había caído el burro, y le pidió el favor de ayudarle a levantarlo.
-Para esto estoy yo ahora...para entretenerme en ayudarle... -y siguió adelante.
Al de  pie, que venía detrás, cuando llegó, también le dijo si le ayudaba a levantar el burro. Lo hizo con tal eficacia, que le arrancó el rabo; y dice el del burro:
-Voy a demandarlo a usted, que le ha arrancado el rabo a mi burro..
Y el pobre hortelano le dijo:
-Pues aquel que va delante también va a demandarme; júntense ustedes dos.
Después siguió su camino el del costalillo y se encontró un bolso de dinero: lo recogió sin mirar siquiera lo que contenía. Viene el amo del bolso y dice:
-¿Usted se ha encontrado un bolso?
-Sí, señor; aquí está.
Y se lo dio.
El amo del bolsillo le dijo que le faltaban veinte reales.
Dice:
-Pero, hombre, ¡si yo no lo he mirado siquiera!
-Pues lo demando a usted -dijo el otro.
-Júntese usted con los que van ahí y se reunirán ustedes tres.
Ya se veía el hombre tan abatido con las tres demandas, que no sabía qué iba a ser de él. Pasaba por el puente de un río que había en el camino y, viéndose tan aburrido, dijo:
-Pues me voy a tirar del puente abajo.
En los primeros ojos del puente no había agua y estaba un viejecito tomando el sol: al tirarse del puente abajo cayó sobre el viejecito y lo mató. Un nietecillo que estaba a la mira del abuelo le dijo al hortelano:
-Usted ha matado a mi abuelo y lo voy a demandar.
-Pues, hijo, júntate con aquellos tres y ya van cuatro.
Llega a la casilla del barquero de aquel río. El barquero pasó en su barca a los cuatro que iban delante y al llegar él ya no pudo pasar. Se sentó a la puerta de la casa y tiró de su costalillo para tomar un bocado. Cuando estaba merendando, salió la mujer del barquero y le pidió de un pepino que estaba comiendo . Él le dijo que, como su marido no lo había pasado en la barca, tampoco él le daba pepino. La mujer, que estaba embarazada, con este disgusto abortó. El marido se enfadó mucho y dijo que iba a demandarlo.
Ya lo pasa el barquero y va con él al pueblo.
Y están delante del juez.
Dice el señor juez que vayan por su orden diciendo cada uno lo que tienen que hacer saber; de manera que el primero fue el hortelano, que dijo le habían dado el terreno sin llevarle interés, y que luego que estaba criada la huerta decían que era de ellos.
-La huerta es de usted y ahora mismo se hace la escritura -dijo el juez al compadre pobre.
El del burro se quejó de que le habían arrancado el rabo a su burro al levantarlo.
-El burro se lo lleva este señor a su huerta hasta que eche otro rabo.
Dice el otro:
-El señor se encontró mi bolsillo de dinero y me faltan veinte reales.
-Pues el bolsillo que se quede el señor con él por no haberle tocado. Si hubiera sido ladrón se lo habría quedado sin más.
-A mi abuelo lo mató -dijo el muchacho- al echarse del puente abajo.
Le dice el juez:
-Pues que se ponga este hombre donde estaba tu abuelo, y tú te tiras, a ver si lo puedes matar.
-Entonces, señor, me puedo matar yo.
-Pues entonces déjalo tal como está.
El de la barca contó el tropiezo que tuvo su mujer por no complacerla en su antojo el hortelano.
Y el juez dice:
-Pues que vaya el hortelano a remediar el tropiezo.

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